Esto suena a cuento, así debe ser, porque eso es lo que es.
Hace un par de semanas que las cosas aquí en la casa no marchan bien. Desde hace un año vino a la casa a vivir uno de mis varios tíos, Abraham; el cual se suma a mi tío Fernando que siempre ha vivido en la casa. Ellos dos comparten tres cuartos junto a mi abuelita, la dueña de la mitad de la casa, la otra mitad está intestada entre mis ocho tíos. Mi mamá y el resto de nuestra familia –mi papá, mi hermano y yo- vivimos en la parte superior de la casa, son tres cuartos también. Desde que llegó mi tío Abraham, entre los dos nos han estado corriendo de la casa, se sienten los “amos y señores de la propiedad”, esta situación no nos afectaba realmente, por nosotros, ellos podrían declararse “los Dioses del universo” y el mundo seguiría girando normal, en fin. Una parte fundamental del problema se basa en que mi abuelita está enferma de la cabeza -ustedes saben, con la edad las ideas ya no te circulan como deberían hacerlo-, tiene una enfermedad que se llama esquizofrenia. Durante años, desde que mi mamá se dio cuenta que mi abuelita estaba enferma, le estuvo administrando su tratamiento, hasta que se terminó el dinero y tuvo que suspender los medicamentos, para esto mi abuelita se mantuvo estable un buen tiempo, y todos pensábamos -o por lo menos yo- que podría estar así algún tiempo más -quizá en resto de su vida-, por lo menos el suficiente para reiniciar su tratamiento y mudarnos de su casa a la que ahora será “nuestro hogar” (para mis papás, mi hermano y por supuesto, yo).
Las cosas marchaban normales hasta que un buen día a una vecina se le metió la loca idea de casarse, y la idea no era mala, de hecho fue genial saber que habría fiesta de esas en las que te puedes quedar bailando con los vecinos hasta altas horas de la madrugada, la simple idea era suficiente como para desear que la fiesta fuera en el menor tiempo posible. Sin embargo, a mi abuelita no le parecía tan buena idea que se colocara la lona y las mesas en una parte que daba justamente frente a la casa.
La fiesta era el sábado, y la lona la colocaron el viernes, para esto a mi abuelita se desbordó de la razón –eso si alguna vez la volvió a entender- y se quería lanzar contra la lona con cuchillo en mano, ante esta escena, los vecinos corrieron temiendo por su integridad física, por suerte, las cosas no pasaron a mayores y entre mi mamá y uno de mis tíos la detuvieron.
El sábado las cosas se pusieron mas feas, y me refiero a feas porque mi mamá tuvo que cerrar todas las puertas de la casa para que mi abuelita no saliera y corriera a los vecinos, tirara mesas, entre otros desmanes que había amenazado ocasionar. Recuerdo haber visto a mi abuelita de todos colores cuando se dio cuenta que no saldría en todo el día.
La fiesta, como se suponía, se festejo, fue una lastima que mi hermano y yo no pudiéramos salir.
Las cosas parecían normales, pero mi abuelita no se iba a quedar con los brazos cruzados después de que mi mamá interferió entre ella y sus berrinches, así que metió una demanda contra mi mamá. Ovbiamente la demanda no procedió, porque la demandante -mi abuelita- padece de sus facultades mentales. Sin embargo, mis tíos, Abraham y Fernando la apoyan en todo, a pesar de que saber que no tiene la razón, a ellos lo que les importa es que mi familia se valla de esta casa para que ellos sean los dueños absolutos. Aun no logro entender como es posible que la avaricia sea más fuerte que la familia, por lo menos, para ellos.
Pronto estaremos lejos de esta casa, una que se quedará guardada con todos mis recuerdos de un hogar en lo que va de mi vida. Que más me da, la vida sigue y la primera mudanza ya está llena y en marcha. Puede que la nostalgia esté llegando en este momento, pero no es de tristeza ni de alegría. De lo que sea, mi mamá también tiene los ojos cristalinos y mi hermano tiene cara de indiferencia. Adiós casita, adiós abuelita, algún día la quise, ahora sé que no la volveré a ver.
Las cosas marchaban normales hasta que un buen día a una vecina se le metió la loca idea de casarse, y la idea no era mala, de hecho fue genial saber que habría fiesta de esas en las que te puedes quedar bailando con los vecinos hasta altas horas de la madrugada, la simple idea era suficiente como para desear que la fiesta fuera en el menor tiempo posible. Sin embargo, a mi abuelita no le parecía tan buena idea que se colocara la lona y las mesas en una parte que daba justamente frente a la casa.
La fiesta era el sábado, y la lona la colocaron el viernes, para esto a mi abuelita se desbordó de la razón –eso si alguna vez la volvió a entender- y se quería lanzar contra la lona con cuchillo en mano, ante esta escena, los vecinos corrieron temiendo por su integridad física, por suerte, las cosas no pasaron a mayores y entre mi mamá y uno de mis tíos la detuvieron.
El sábado las cosas se pusieron mas feas, y me refiero a feas porque mi mamá tuvo que cerrar todas las puertas de la casa para que mi abuelita no saliera y corriera a los vecinos, tirara mesas, entre otros desmanes que había amenazado ocasionar. Recuerdo haber visto a mi abuelita de todos colores cuando se dio cuenta que no saldría en todo el día.
La fiesta, como se suponía, se festejo, fue una lastima que mi hermano y yo no pudiéramos salir.

Pronto estaremos lejos de esta casa, una que se quedará guardada con todos mis recuerdos de un hogar en lo que va de mi vida. Que más me da, la vida sigue y la primera mudanza ya está llena y en marcha. Puede que la nostalgia esté llegando en este momento, pero no es de tristeza ni de alegría. De lo que sea, mi mamá también tiene los ojos cristalinos y mi hermano tiene cara de indiferencia. Adiós casita, adiós abuelita, algún día la quise, ahora sé que no la volveré a ver.