"No todos los que se arriesgan pasan la mar"
Mariana Frenk Westheim
Nos encontrábamos siempre en el mismo lugar variando la hora.
Su piel blanca y sus ojos azules, azul cielo, mar profundo.
Corríamos hasta la cama para regalarnos a nuestra pasión.
Desnudábamos, cada cual frente a su espejo, ella en mi y yo en ella.
Vivimos y morimos según el pulso del reloj.
"Recuerdo su piel, mas pálida y blanca que nunca
su cuerpo, desnudo y sereno,
las piernas flexionadas y los brazos extendidos,
sus pechos, un homenaje a la perfección
y su belleza afrodisiaca.
Ahí, recostada sobre su espalda,
ella, ilegalmente bella.
Ella, dulcemente sensual"
Aquel día caminamos al baño, blanco translúcido al recelo de su piel.
El dulzón de su cuerpo y su tersa boca rozando los secretos mientras el agua en la bañera resbalaba hasta tocar nuestros pies.
Detuve el flujo del agua y ella se introdujo en la tina, primero las piernas, luego el resto de su cuerpo hasta quedar totalmente sumergida, me miraba y sonreía.
Mis manos, astros bailarines al infinito de su cuerpo, se posaron en ella, sentí vértigo al acariciarla, me deslicé de su vientre hasta sus hombros, ella estaba tranquila, serena y observandome, leyendo mis pensamientos y gritándome su deseo, aun cuando sus palabras se fusionaban con el agua y solo escuchara las burbujas explotando en la superficie, yo sabia lo que ella deseaba y deseaba complacerla.
Mis manos, atraídas una de otra como dos imanes, se buscaron hasta encontrarse en su cuello.
