Nos habíamos conocido desde el primer año de la preparatoria pero no fue hasta el final de la escuela -dos años después de conocernos-, que pasamos de ser amigos a amantes, todo en una noche.
En aquel tiempo yo llevaba una feliz relación con quien fuera, por llamarlo de alguna forma, el amor de mi vida. Sin embargo a un mes de cumplir año y medio de noviazgo, él intentó suicidarse; lo bueno es que solo fue un intento fallido pero desde entonces la relación comenzó a truncarse, por lo menos de mi parte. Su acción lo había dañado a él principalmente, y a mi. Mi mundo se había partido como un huevo, y por los orificios se derramaba mi amor, batiéndose en la nada. Aun así, intenté amarlo como antes. No lo logré.
A casi dos años de estar juntos - y a un mes de terminar la prepa -, él fue hospitalizado por cuarta ocasión a causa de las secuelas que le dejaran su suicidio. Por mi parte, el ánimo y mis fuerzas se iban desvaneciendo cada día más, lo necesitaba pero no debía necesitarlo. Me derrumbaba y él ya no era quien podía sostenerme.
La fiesta de fin había llegado, estaban todos mis amigos celebrando este tiempo, mi plan era simple, embriagarme y olvidar. Llevaba 6 caballitos y sin esperarlo, llegó Max y se sentó a mi lado y comenzamos a platicar, al principio los temas eran superficiales, fueron pasando las horas y la sobriedad nos llegaba rápidamente, en la fiesta muchos fueron cayendo rendidos y a las 3am los únicos despiertos. Sentados en las escaleras y mirando el cielo los temas de conversación se fueron terminando hasta quedar en silencio, entonces comenzaron las confesiones, yo le gustaba y él a mi desde hacía tres años, los coqueteos no se hicieron esperar hasta convertirse en besos y caricias. Aquella noche dormimos juntos -solo dormimos-.
Max era mi amante. Amaba mi sonrisa, mis pensamientos, mis caricias, mis labios, mis besos, mi pésima gracia corporal, mis ojos, mi cabello, mi mirada, mis latidos... El notaba cuando me esmeraba en arreglarme y cuando mis besos lo necesitaban, sabia lo que pensaba aunque se equivocara. Él era tan tímido y atrevido como yo, por eso siempre fui autentica con él. Yo no esperaba nada de él y él nada de mi, pero siempre había algo que recibir para cada quien. Él era lo que necesitaba, más no lo amaba.
La preparatoria había terminado pero mi relación con Max apenas comenzaba. Salimos juntos muchas veces, fuimos a parques, museos, conciertos, visitamos algunos cines pero no recuerdo haber visto ninguna película. La primera vez que fuimos a su casa, un pequeño departamento que ese día estaría solo, aprovechamos nuestra privacidad y ahí se desprendió de su virginidad. Estábamos locos, nos deseábamos y corríamos riesgos innecesarios para estar juntos. Yo no amaba a Max como a mi novio, pero nos amábamos a nuestra manera. Por otra parte, la relación con mi novio no iba muy bien, mi crudo distanciamiento no parecía importarle en absoluto y la situación con su salud iba mejorando, según me había enterado.
Quizá las cosas pudieron haber sido mejores, pero fueron como tenían que ser, y también como debían terminar.
Un sábado me llegó la noticia que Max había tenido un enfrentamiento con un sujeto X y no había salido bien, a las pocas horas de estar hospitalizado su corazón no resistió y dejó de latir. La noticia me destrozó pero tenía que ser fuerte y guardarme el dolor, pero ahora el dolor era más profundo que cuando casi muere mi novio porque quien moría no era quien dependía de mi fuerza, sino de quien dependía mi necesidad.
Vestida de negro y del brazo de mi novio tocamos la puerta del departamento, al abrir la puerta y mirar el interior, los recuerdos de tantas escenas llegaron instantáneas a mi mente y me hicieron palidecer pero al ver el cuerpo de Max recostado dentro de aquel féretro, tan sereno y tranquilo me hacía pensar que dormía, como tantas otras noches que habíamos pasado juntos. Me senté en una silla sin creer que fuera Max quien ahora perteneciera a otro mundo, uno quizá como los que habíamos soñado. Sentí los brazos de mi novio envolver mi cuerpo que se iba encogiendo a cada sollozo. Lloré, lloré como la lluvia, lloré hasta perder el sentido. Al despertar todo era cierto, se había ido, él era quien siempre habìa necesitado y ahora lo necesitaba, pero ya no estarla.
Una parte de mi vida fue suya, y una parte de su muerte es mía.
