Debo admitirlo, me haces sonreír.
Desde hace un par de semanas, tres para ser precisa, tengo la suerte –o causalidad- de encontrarme con él. Realmente no suelo fijarme en las cientos de caras que viajan en el metro pero por alguna extraña razón, o quizá porque casi me atropella en el pasillo mientras yo corría distraída (para variar) porque –al igual que él conejo de Alicia- ya era “tarde”. Ese día tenía examen y a ser sincera, no lo vi hasta que sentí una mano en mi hombro y a él frente a mi (al parecer yo iba en sentido contrario a mi destino –llevaba sin dormir dos días y mi estado de “automático” estaba encendido-), fue inevitable alzar la mirada y saber quien era aquella figura masculina con la que casi ocurre un accidente catastrófico, aunque pensándolo bien, ocurrió, no como las leyes de la física lo explicarían, sino como la bioquímica o la poesía.
En realidad no se que pasó, no se si es verdad o solo lo imagino yo, pero algo pasó, un chispazo, un clic, un latido, una mirada, y un “lo siento”. Él siguió caminando, yo bajé de mi nube hasta el suelo y me dí cuenta que iba de regreso, ya había perdido 2 minutos en el momento de transbordar en Tacuba de la línea 7 a la 2. ya iba dos minutos mas retrasada de CU. Cuando por fin reaccioné –perdiendo otros 10 segundos entre mirarlo y captar mi error- di media vuelta y corrí al metro que iba llegando, alcancé a entrar al tiempo que las puertas se cerraban, y mientras buscaba un espacio para acomodar mi pedacito de humanidad somnoliento hasta llegar a hidalgo, noté que entre la multitud estaba él en el mismo vagón, sentado en flor de loto leyendo algún buen libro. Me tomé la libertad de mirarlo a discreción a través de uno de los vidrios de la puerta en la que yo iba parada. Él es de altura media, cabello quebrado, usa lentes y tiene cierto carisma que me mantuvo hipnotizada hasta que tristemente bajé del vagón para volver a transbordar hasta universidad. Al llegar a la parada del pumabus –ruta 1- lo ví, ahí parado, a unas 20 o 30 personas atrás de la fila (a las 6:40am es un tanto abrumadora la inmensa cantidad de estudiantes que esperan el puma en esa ruta). Abordé el camión y sentí una extraña sensación de felicidad y tristeza –mezclados y paralelos – al ver que él no alcanzaba a abordar.
Pensé que las cosas se quedarían así, hasta que a los dos días lo volví a ver en el metro, y en el pumabus. Y también al siguiente día... y varios días después hasta -esperemos- hoy. En 5 minutos saldré hacia mi faculdad antes de que sea tarde.
Hace poco le escribí una nota y dice así:
"Debo admitir, me haces sonreír.
Son estas ganas de estar contigo
Son estas ganas de estar contigo
y no mirar el reloj,
para no recordar que el tiempo pasa
tan preciso a sí mismo.
Es el recuerdo de ese beso que no me has dado
lo que me hace desviar la mirada antes de que lo notes.
Cortar nuestro aire preciso
para que el silencio sea complementario.
Quisiera tocar tus manos y abrazar tu cuerpo,
sin embargo, es mejor así,
para dormir contigo con el cielo entre nosotros.
No te quiero, ni me gustas, ni eres alguien especial,
sólo te pienso y me haces sonreír,
sin razón alguna".
Y en verdad, yo se que no es normal soreír al pensar en un completo desconocido que me encuentro en el camino recurrentemente.