El instinto animal es lo que convierte al más dócil de las
mascotas en el cazador más voraz.
El instinto de
reproducción mantiene a la tierra poblada de toda clase de seres vivos en el
mar, la tierra y el cielo.
Un cerebro más desarrollado mantiene el deseo y el placer.
El deseo de sentir y el placer de experimentar.
Es por esta razón que sé que lo que siento por ti es deseo
impregnado de un poco de amor con la conciencia de que para ti solo soy un
juguete sexual, víctima del común acuerdo de mantener nuestros cuerpos frescos
al hervor del placer. Si pudiera ser de otra manera, mis dedos no buscarían el
húmedo de tus labios o la tierna caricia entre los muslos. Quizá en un universo
paralelo somos dos felices enamorados gozosos de un silencio entre las miradas
con la música de Tchaikovsky de fondo mientras terminamos una cena normal,
después de un día común, en un apartamento replica de dos millones iguales.
Pero estamos en el único con vista a la fiesta urbana que
día y noche no cesa de celebrar, aquí en este rincón entre mis impresiones de
papel algodón y tus pinturas al óleo, puedo desnudar tu cuerpo sobre el
restirador o junto a la cocina, comerte tres veces al día si la ocasión lo
permite y hacerte el amor entre Stratovarius
y Sabina.
Me gusta sentarme a tu lado en el sofá porque el atardecer
es más hermoso, tu olor a frutas es
delicioso y me vuelve loco la forma en que me miras con tus lentes; me da por
pensar que lo que te mantiene conmigo es la costumbre y no este amor carcomido
que nos unió.
¿Qué clase de payasos somos?
¿A qué estamos jugando?